La campaña presidencial norteamericana: Trump versus Biden, primer round.

Carlos Alzugaray
9 min readOct 7, 2020

Publicado en La Joven Cuba el 7 de octubre del 2020.

https://jovencuba.com/2020/10/07/trump-vs-biden-el-primer-round/

Por Carlos Alzugaray Treto, Presidente de la Sección de Literatura Histórico Social de la Asociación de Escritores de la UNEAC.

“Un show de mierda” (A shitty show), “el caos”, “un desastre total”. Según el sitio digital Vox, éstas fueron algunas frases utilizadas por observadores que comentaron el primer debate presidencial entre Donald Trump y Joe Biden el martes 29 de septiembre. Chuck Todd, el conductor de Meet the Press, lo resumió: “Fue una catástrofe ferroviaria. Pero fue una catástrofe ferroviaria provocada por una sola persona. Quiero decir, sabemos quién lo creó. El presidente Trump lo hizo”.

Ha pasado una semana y las repercusiones siguen, ahora matizadas por la infección por COVID del presidente. La ironía es evidente: Trump enfermó precisamente por no cuidar las reglas de distanciamiento objeto de sus burlas contra Biden. Además, quedó en el aire la celebración del segundo debate el 15 de octubre.

Efectivamente fue un espectáculo abominable que decepcionó a buena parte del electorado y dejó mal sabor en una campaña ya compleja. Desde la Habana, limitarse a hacer constar el fracaso y reprobarlo no es suficiente.

I. El contexto.

El hecho contextual más relevante es que estas elecciones tienen lugar en un momento de polarización política, enmarcada en un cuadro de múltiples crisis que precedieron a la pandemia actual y se han agravado por su causa. Como ha argumentado George Packer en un texto aparecido en junio en The Atlantic, bajo el título “We Are Living in a Failed State”, no ha sido el virus el que ha quebrantado a Estados Unidos, lo que hizo fue revelar lo que ya estaba quebrado.

Ante esa situación hubiera sido preferible que la ciudadanía pudiera escoger entre dos candidaturas más diversas. Sin embargo, habrá que elegir entre dos hombres blancos y adultos mayores pertenecientes a la clase dominante.

Sabemos mucho de quién es y qué representa Donald Trump. Su propia sobrina ha descrito su carácter en los siguientes términos: narcisista, sociópata, racista, misógino, mentiroso, entre otros. Sus negocios han recibido la calificación de “lumpencapitalismo” como ha propuesto Samuel Barber, en un reciente artículo para la revista Nueva Sociedad. Antes del 2016 no tuvo una membresía fija en ningún partido.

Como líder político, Trump se ha comportado como un populista autoritario que se ha impuesto a su partido y lo ha convertido en un dócil instrumento de una administración de claros rasgos patrimoniales. El presidente ignora las instituciones y gobierna con su familia y con sus asociados.

En contraposición a Trump, Joe Biden tiene un origen más modesto y una trayectoria más estable y discreta. Se le puede describir como abogado, demócrata, político de profesión. Ha servido como senador por Delaware de 1972 a 2008 (36 años) y como vicepresidente en la administración de Barack Obama de 2009–2017 (8 años). En su niñez y adolescencia tuvo que lidiar con una limitación física, era tartamudo. Ya siendo adulto perdió a su primera esposa y una hija en un accidente de tránsito (1972) y a un hijo que enfermó de cáncer terminal del cerebro (2015). Aspiró a la presidencia por primera vez en 1988. Ha sido una pieza clave de los manejos políticos de su partido en el senado. Una buena parte de la izquierda progresista lo ve como un político burgués más, incluso partidario del neoliberalismo.

Trump dirige un partido republicano que sigue siendo el partido del sector más conservador del gran capital. Es también el partido favorecido por los grupos reaccionarios y de supremacistas blancos. En los últimos años, y gracias en gran medida al populismo del presidente, se le han sumado sectores de la clase media y obrera que ven amenazada su identidad nacional por la creciente diversidad de la sociedad norteamericana y su estatus económico por las políticas globalizadoras de las elites de poder.

El partido demócrata, aunque también sirve al gran capital, es asimismo el partido al que afluyen tradicionalmente las minorías oprimidas. No es extraño que en sus filas se hayan manifestado ideas progresistas y hasta socialistas. Esto último ha tenido mayor influencia en los últimos años bajo el liderazgo del Senador Bernie Sanders, como ha argumentado el Profesor Patrick Iber de la Universidad de Wisconsin recientemente, en la revista Nueva Sociedad.

II. La coyuntura

Lo que hace significativos los debates no es que sean decisivos, aunque a veces lo han sido. Definir un “ganador” puede ser una empresa ilusoria. Para muchos observadores Hillary Clinton “ganó” los tres debates del 2016 pero eso no impidió que perdiera las elecciones.

La importancia de los debates está dada porque es la única ocasión en que la ciudadanía puede ver a los principales candidatos enfrentándose mano a mano y explicando cuáles serán sus programas de gobierno. O al menos así estuvieron diseñados durante años.

Al momento de celebrarse este debate, la coyuntura política se caracterizaba por la sostenida ventaja de Biden en las encuestas de opinión, instrumento controversial pero irremplazable para analizar las campañas electorales. Entre 5 y 10 puntos a nivel nacional y entre 1 y 7 puntos en los estados péndulo más importantes, ganados por Trump en el 2016: Arizona, Carolina del Norte, Florida, Michigan, Pennsylvania y Wisconsin. Esto imponía el mayor reto al presidente: cómo producir un viraje en esa situación.

Aunque Donald Trump era el que estaba más obligado a lograr sus objetivos, Joe Biden era el que tenía más que perder. Cualquier error de su parte podía erosionar esa ventaja que le dan las encuestas. Debía prevenirse de cuatro líneas de ataque que le lanzaría el presidente: está muy viejo y débil; su hijo más pequeño, Beau Biden, se ha beneficiado de tratos corruptos con gobiernos extranjeros; está controlado por el ala izquierda y socialista del partido; y es un político muy débil cuando se necesita mano dura para mantener la ley y el orden desafiada por movimientos violentos como el Black Lives Matter.

Aunque Biden arriesgaba más, su objetivo era más limitado: exponer sus puntos de vista de manera ponderada y coherente para así desbaratar los ataques del presidente, generalmente agresivos y mendaces. Y resistir la tentación de involucrarse en una competencia de epítetos con Trump.

El vicepresidente debía, además, focalizarse en el objetivo principal de su campaña: estas elecciones son un referendo sobre el presidente y su manejo de la crisis pandémica. Al propio tiempo atacarlo en el tema de los impuestos no pagados y algún otro flanco débil.

A diferencia de la campaña del 2016 en que pudo asumir una actitud ofensiva por ser el candidato opositor, en el 2020 Donald Trump llevaba más de 3 años en el gobierno y tenía una trayectoria que defender.

Como señaló David Leonhardt en su columna matutina en el New York Times del 1ro de octubre, aún antes de que fuera electo candidato demócrata, el vicepresidente era considerado como el contrincante más difícil por el propio Donald Trump. Contrario a los cálculos de este último, el partido demócrata resolvió sus debates internos y se creó una plataforma y una alianza entre Joe Biden y Bernie Sanders. Esta era su peor pesadilla aún sin la pandemia y sin las manifestaciones contra el racismo estructural del verano.

Otros elementos políticos presentes en el 2020 diferentes del 2016 son: se espera que haya muchos votos adelantados y por correo y de hecho ya se está votando; según las encuestas, el porciento de indecisos este año es mucho menor, 3–4% contra 8–10% en el 2016; y, finalmente, la estrategia de desprestigiar al contrincante, que fue tan efectiva contra Hillary Clinton, no ha funcionado de la misma manera contra Biden.

El fallecimiento de la jueza de la Corte Suprema Ruth Bader Ginsburg el 18 de septiembre fue una oportunidad para Trump y el partido republicano. Pero era un asunto que había que manejar con pinzas. Las encuestas indicaban que el electorado prefería que no se propusiera a nadie para sustituirla hasta después de las elecciones, como sucedió en el 2016 con el fallecimiento del magistrado Antonin Scalia. Entonces Mitch McConnell, el líder de la mayoría republicana en el Senado se había negado a procesar la propuesta del presidente Barck Obama alegando la cercanía de unas elecciones generales. Es una contradicción, y sin embargo, tanto Trump como McConnell siguieron adelante en una abierta jugada de copar la Corte con jueces conservadores. Encuestas realizadas por esos días indican que la ciudadanía preferiría que la vacante en la Corte fuera cubierta por el que sea electo presidente el 3 de noviembre.

Del lado negativo, al presidente le salió otro problema imprevisto, “una sorpresa de septiembre”, el 27 de septiembre, 48 horas antes del debate, el New York Times reveló que poseía documentos que demostraban que había estado o desfalcando o aprovechándose de las fisuras fiscales para no pagar impuestos durante años.

III. El debate

Como ya se apuntó, el debate fue descarrilado por el presidente con sus constantes interrupciones. Llegó a hostilizar tanto a Biden, ignorando al moderador Chris Wallace, que este tuvo que llamarle la atención. También hizo evidente que no quería o no podía responder las preguntas muy concretas que éste le hizo sobre el plan de salud con el cual pretende sustituir la Ley de Salud de Obama (Affordable Care Act) o sobre los impuestos que no ha pagado. Pero el error más importante que cometió Trump fue evadir reiteradamente condenar a los grupos supremacistas blancos y a la violencia de derecha racista para terminar con una frase ambigua que ha puesto en una situación incómoda a los propios legisladores republicanos.

En tanto, la estrategia central de lograr que Biden cometiera algún error que demostrara su falta de agudeza y senilidad fracasó, entre otras cosas, por las propias interrupciones del presidente, quien no lo dejaba desarrollar ninguna idea.

Joe Biden no tuvo una participación espectacular, pero si decorosa, con lo cual evitó lo peor que le podría haber pasado, en este caso ayudado por las propias interrupciones de Trump. Por otra parte, logró encajar algunos golpes, sobre todo cuando dirigiéndose a las cámaras de TV enfatizó la necesidad de cuidarse del contagio y de respetar las medidas de distanciamiento social o cuando argumentó, para rebatir el ataque de Trump respecto a su hijo, que el debate no era sobre las familias respectivas de cada contrincante sino sobre la familia de norteamericanos comunes que sufrían con la pandemia.

Su llamado se reivindicaría cuando no habían pasado 72 horas y el presidente reconocía que se había contagiado con el COVID.

La actuación de Biden no estuvo exenta de algunos errores: se dejó arrastrar a intercambios personales con el presidente, calificándolo de “payaso” en un momento del debate. Aunque en condiciones normales esta frase hubiera sido criticada por irrespetuosa, no tuvieron mayor significación por la forma en que Trump se comportó.

El presidente sí cometió reiterados errores al negarse a responder, interrumpir a Biden o combinar las dos cosas. Debe ser antológica la respuesta a una pregunta sobre su programa económico, en la que argumentó que Estados Unidos vivía su mejor momento, pero la economía se hundiría si elegían a Joe Biden, sin decir por qué.

La reacción de Biden a los ataques de Trump por su acercamiento a la izquierda pudo crearle un problema pues dijo: “El Partido Demócrata soy yo”. Sin embargo, después del debate, rápidamente Bernie Sanders aclaró que ello no le preocupaba y anunció que comenzará a hacer campaña por el vicepresidente.

En resumen, como argumentó un titular del New York Times, la actuación de Biden no fue perfecta pero su performance en el mismo estuvo muy por arriba del listón tan bajo que la propia campaña de Trump promovió.

Un punto final y quizás lo más grave fue que en un agresivo intercambio con el moderador Chris Wallace, Trump se negó comprometerse en que acataría los resultados, un hecho inédito en la historia de las campañas presidenciales. Agregó que en el voto por correo se estaban dando fraudes como los que nunca se habían visto antes y llamó a sus seguidores a hacerse presentes, lo que se interpretó como un intento de intimidación. La táctica del presidente es transparente: va a cuestionar las elecciones si el resultado no le es favorable. Incluso para eso el nombramiento de una jueza conservadora al Tribunal Supremo le vendría como anillo al dedo.

Como quiera que se analice, el resultado del debate no fue bueno para Donald Trump, aunque puede haber complacido a sus bases. Su constante intervención puede haber dado la impresión de que ganó, pero su objetivo central no se logró: provocar un error a Biden. Aunque su comportamiento pudo haber consolidado el apoyo de sus bases, no parece ser que su estilo le haya favorecido en expandirlas.

El retador, sin embargo, salió sólo con heridas menores a pesar de barraje del presidente. Dos síntomas favorables a este último es que las encuestas inmediatas hechas por algunos medios dieron unánimemente que había ganado y, por otra parte, su campaña anunció haber recibido unos 4 millones de dólares en donaciones inmediatas en las primeras horas después del debate.

Pero quizás lo más significativo es que apenas 48 horas después se conoció que el presidente se había infectado con el coronavirus aparentemente como consecuencia de un evento público organizado en la Casa Blanca el sábado 26, precisamente para presentar a la jueza Amy Coney Barrett, sin que se aplicaran con rigor las directivas de distanciamiento social. Este hecho le ha dado un giro inesperado a la campaña y ha puesto sobre el tapete la principal crítica que le hace Joe Biden, la ineficiencia de su respuesta a la pandemia del COVID.

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Carlos Alzugaray

Diplomático y profesor retirado cubano. Ensayista y analista político independiente. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).